La altura influye notoriamente en los colores, aromas y sabores de un vino; es un factor trascendental para su identidad, carácter y calidad. ¿Qué es un vino de altura? Un vino de altura es un vino elaborado a partir de uvas cosechadas en viñas a más de 800 metros sobre el nivel del mar.
Generalmente, la temperatura varía 1 grado cada 100 metros de elevación, es decir, que la altura también es determinante en el microclima de un viñedo. En el valle de Limarí, entre los 600 y 900 metros de altitud se sitúan las isotermas de mayor temperatura. En esa franja se producen la mayoría de los cultivos de la zona.
A partir de los 900 metros comienza a verse los efectos de la altura y de las bajas temperaturas. Las plantaciones están en la parte rocosa del cerro con una orientación mirando hacia el este, para evitar los excesos de la luz del sol. Orientación y densidad son fundamentales en este tipo de viñedos”.
Los suelos de altura, son pedregosos. Y las parras deben ir muy profundo con sus raíces para encontrar agua y en este camino encuentran una gran cantidad de minerales que dan complejidad al sabor, al aroma y al color final de los vinos. El agua con que se riega estas plantas son de deshielo, lo cual hace que sea muy pura. No contiene altos índices de salinidad o algún otro componente que muchas veces hacen que los vinos disminuyan su calidad.
Características de los vinos de altura – Concentración aromática y de sabores – Coloración intensa – Notas a fruta madura – Acidez natural – Mayor presencia de taninos en el caso de los tintos – Frescura y fluidez – Personalidad, carácter y expresividad. La altura favorece la amplitud térmica en el viñedo, un factor fundamental para alcanzar uvas de alta calidad.
Si las temperaturas elevadas del día no son compensadas o equilibradas con el frío de la noche, y si las cuatro estaciones del año no se diferencian entre sí, es muy difícil que las uvas alcancen su madurez habiendo acumulado una buena cantidad de componentes indispensables: aromas pronunciados y taninos (esto último únicamente en el caso de las tintos). Asimismo, sin amplitud térmica también se dificulta alcanzar y mantener niveles de acidez natural suficientes como para que los vinos sean frescos y fluidos. La altura, entonces, lleva acarreada las variaciones de temperatura correspondientes para asegurar una maduración tranquila pero constante de los frutos que necesita todo vino de calidad. Por la influencia de la altura, además de la amplitud térmica hay una gran intensidad lumínica y brisas que favorecen el desarrollo de los viñedos. La cercanía con el sol aporta carácter a cada uno de los frutos que allí nacen e influye directamente en la expresión de un vino. En las uvas, todos estos factores se ven reflejados en la piel gruesa, la sanidad, intensos colores, aromas y sabores que también se trasladan a los tintos, blancos y espumantes que con ellas se elaboran.
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